Monday, January 18, 2010

Alquimia en el Valle del Pangal

El viaje al valle del Pangal estaba pendiente. De hecho en octubre fue repentinamente postergado a causa de 4 horas de lluvia que terminaron cortando el camino de acceso. En esa ocasión la salida tuvo que cambiarse de la noche a la mañana -literalmente- y paró en un satisfactorio ascenso al cerro Las Cruzadas.

Quiso el tiempo que la salida resultara en noviembre, asado de por medio, por lo que nos encontramos la tarde de un viernes en el clásico Unimarc de la Escuela Militar para comprar las cosas necesarias. Hechas las compras y cargado el jeep, nos apretujamos y partimos a través del taco de Vespucio en dirección a las tierras de O'Higginis.

Ya en la carretera al sur, de cara al anochecer los campos, ríos, restaurantes, iglesias y haciendas fueron adquiriendo colores cada vez más fríos y planos bajo el cielo parcialmente nublado. Así íbamos llegando al bypass de Rancagua cuando pasamos a rellenar el estanque de bencina antes de seguir y en esos minutos ocurrió que comenzó el primer incendio del fin de semana. ¿Cuál incendio? Pues este:

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Mientras que mirando al sur, sobre la carretera y las lejanas cumbres nevadas, gozábamos de un similar espectáculo.

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Tomamos el bypass no para saltarnos Rancagua, sino para poder entrar por el poniente y así pasar por la casa de la Cristi. Ahí teníamos que retirar vituallas necesarias para el asado, el segundo jeep en el que subiríamos y las llaves de la casa de Coya, donde pasaríamos la noche y concretaríamos el asado, todo gracias a la gentileza de la familia Ferrer Tagle.

Después del familiar descanso, retomamos el rumbo, esta vez hacia el interior, siguiendo la ruta del cobre. Como ya era de noche, poco había para ver, salvo cuando paramos en Coya a comprar algo que llevarnos de postre para el bajón post-asado.

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La casa era muy horizontal, naturalmente de una sola planta y con un acceso a través de la cocina, frente al cuál había una llave de agua con un enorme cubo para recibir el agua, construido sobre la misma losa que servía para el piso. Las proporciones recordaban y justificaban plenamente las más idílicas imágenes de ese campo chileno caluroso, rodeado de colinas amarillentas y labrado a punta de bueyes y caballos de mirada obediente y curtida. Al entrar por el pasillo que conducía a la cocina, el olor de la casa me transportó veinte y más años en el pasado, a los días en que íbamos a jugar y pasear en la casona de Av. Camilo Henríquez, hoy tristemente reconvertida en pub y bomba de bencina. Era un aroma mezcla de azulejos pintados, piso encerado y tela de cortinas y muebles clásicos.

Podría decirse que la casa constituía un auténtico refugio para cualquier época del año, protegida por cuadros con motivos religiosos y litografías de gente caminando por el campo, libros individualizados por el aroma que da a cada uno el paso de las décadas, y sillones cómodos que invitan a pasar las frías tardes de invierno o descansar de las arduas caminatas veraniegas.

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Una vez ubicados dentro de la casa y distribuidas las piezas, nos abocamos a los preparativos de la velada.

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Y al tiempo que con Pablo preparábamos el fuego, en la cocina Emil y las chicas se afanaban en la preparación del pebre para acompañar choripanes y carne.

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Al cabo de un rato, recibimos la segunda oleada de visitantes: Pablo y JP venían a compartir con nosotros el asado. Con ellos venían también Pampa y David que se nos unían por el resto del fin de semana para subir el cerro.

Comenzó a correr la cerveza, a salir la carne y cayeron del cielo unas cuantas gotas que a nadie asustaron. Pronto la velada había adquirido un ritmo propio. Reímos, conversamos, comimos, tomamos y compartimos historias y proyectos de cerros. Otros, los que suben el PIB de Chile, fueron los primeros en caer.


Unos antes que otros, todos acabamos durmiendo muy bien esa noche, cada uno en su cama, con la conciencia de saber que al día siguiente teníamos una ducha y agua caliente para empezar un buen día de montaña.

Después de desayunar a la espera de los turnos para la ducha, comenzamos a armar las mochilas y a distribuir la carga en los jeeps. Encargado de la navegación, David aprovechó de asegurar el correcto funcionamiento del GPS para definir por dónde sería que subiríamos más tarde.


Estábamos en eso cuando la Lore me contó sobre unas sequoias que habían en el jardín; entonces caí en cuenta de la espléndida luz teníamos y salí cámara en mano. Esto fue lo que resultó:

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Para entonces estábamos listos para partir. Le di una última vuelta a la casa, fotografié lo que parecía la escenografía de una obra teatral y partimos.

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Camino arriba, nos cruzamos con un hombre de esas tierras.

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Y luego de algunos kilómetros por el camino de tierra, llegamos finalmente al retén de Pangal.

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En el jardín del retén, una antigua señal de tránsito ¿de qué clase? ¿Ferroviario tal vez? Quien sabe.

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Una vez registrados en el retén, continuamos hacia el interior, pasando por las instalaciones de Pacific Hydro, la entrada al cajón del río Paredones y las instalaciones de la antigua mina la Juanita. Ya nos habíamos adentrado en la zona donde el río pasa a denominarse río Blanco.

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Cuando las coordenadas de los GPS's indicaban que estábamos donde suponíamos que podríamos comenzar a subir, dejamos los todo terrenos y bajamos la mochilas, no sin antes verificar, carta IGM en mano, que comenzaríamos a subir por la quebrada correcta.


Después de una hora remontando una quebrada y de salir a una ladera con tierra y pastos, la ladera se fue volviendo más seca y escarpada. Los pocos pastos que antes había dieron paso a rocas sueltas, laja y arena que parecían caer abruptamente hacia nuestra izquierda, seguramente unas cuantas decenas de metros hasta el estero que fluía al fondo del cajón.

Poco después, nos dimos cuenta que debimos haber subido por el lado opuesto del cajón.

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Nuestra meta era la cumbre de más a la derecha, al final del cajón.

En vista de que entramos por el lado equivocado, nos adentramos un poco más para llegar a suelo más estable. Después de un descanso decidimos bajar hasta el lecho del estero, para luego volver a subir y así poder quedar del lado correcto. Una paja.

No recuerdo llegar al lugar de campamento nos tomó dos, tres o cuatro horas más de caminata, pero sí recuerdo haber subido puteando mentalmente el 80% de los pasos a causa de meses sin salir al cerro con peso el peso de la carpa, anafre, gas y extras de campamento. La espalda -mis queridos lectores- es una estructura que fácilmente se desacostumbra del ejercicio de cargar peso.

Sucedió así que al cabo de aquella olvidada cantidad de horas caminando y una llovizna inconstante llegamos a una sinuosa explanada en lo alto, detrás de la más alta cascada que divisábamos al final del valle. Teníamos un lugar arenoso y amplio para extender las carpas, con rocas aquí y allá que servían para ajustar los vientos de las carpas y proteger las cocinillas. Cerca teníamos neveros, unas formaciones de roca que asemejaban huevos de tamaño humano y un estero que, naturalmente, era el que daba vida a las cascadas y había horadado el valle que acabábamos de montar.

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Al poco rato de tener armada la carpa, miré hacia afuera, al sureste y le dije a la Lore: 'Busca tu cámara. En cinco minutos la luz va a ser un escándalo.'

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Y así fue.

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Era ver la cordillera transmutada en oro.

De cara a la luz mágica, a la cordillera esencial, llegó la noche tranquila. Con el murmullo del agua marcando el paso del tiempo, acabamos por irnos a dormir.

Al día siguiente los cabros partieron al Cuchilla a las 6AM y nos veríamos a la vuelta. Después de dormir algunas horas más y decidir salir a conocer el entorno, desayunamos te y pan con atún.


Después de lo cual guardamos las mochilas dentro de la carpa, tomamos los bastones y los guantes y salimos a caminar. Seguimos la huella de los chicos a través de una ladera que en algunas semanas más terminaría como un campo de penitentes.

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Remontada la ladera, nos asomamos a la última sección del cajón.

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Al fondo, bajo quién sabe cuántos metros de nieve yacía oculta la laguna de Reyes, pero ello quedará para la vista de quienes visiten el cajón en alguna temporada más estival. A nuestra izquierda, hacia el sur, se alzaba el Cuchilla y frente al él, por el lado norte del valle, estaba el Valdenegro.

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Como nos había tomado poco tiempo llegar hasta ahí y aún no divisábamos a los chicos, optamos por subir hacia el Cuchilla.

Siguiendo las huellas que habían dejado en la nieve, subimos hacia un portezuelo entre dos promontorios de roca, el más bajo hacia el este y el más alto al poniente, alcanzándolo más rápido de lo que pensamos, sólo para encontrar que por ahí no era la ruta hacia la cumbre. Sin embargo no había nieve, estaba protegido del viento, el promontorio menor quedaba más abajo en relación a nuestra posición y teníamos una excelente vista.

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Aprovechando que habíamos llevado lentes larga vista, observamos en la distancia las enormes Catedral de Barroso y Torre de Flores, entre otras cumbres impresionantes, muchas resguardadas por complejos y hermosos glaciares, otras más sencillas en su conformación geológica pero no menos interesantes a la vista y al corazón montañero.

Estábamos ensimismados en el paisaje cuando en el cordón del frente, en el filo del Valdenegro, tuve la impresión de haber advertido que algo se movía. Y resultó que así era. La Cristi, Pampa, David, Pablo y Emil habían cruzado hasta allá y se desplazaban sin poder determinar si acaso iban de subida o venían de vuelta. Al cabo de un rato observando a través de los larga vista, concluí que venían de vuelta, así que rápidamente nos decidimos a regresar al campamento, para encontrarnos allá.

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De bajada, ya muy cerca de las carpas casi pierdo mi gorro con el viento. Bajé a recuperarlo y aproveché de fotografiar la caída de agua que teníamos cerca del campamento.

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No pasó mucho rato desde que habíamos vuelto, hasta que escuchamos las voces y adivinamos que habían regresado.

Salí a recibir a los chicos para enterarme de lo que había ocurrido y nos encontramos en las rocas que parecían enormes huevos humanos ¿Recuerdan que más arriba se las mencioné? Pues aquí están:

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Sucedió que subir el Cuchilla les había tomado a penas una hora y aún les quedaba mucho tiempo disponible para subir algún cerro más, por lo que decidieron cruzar el valle hacia el cordón del frente y así poder intentar el Valdenegro, pero la roca los pilló a unas cuantas decenas de metros de la cumbre y se regresaron.

Habiendo escuchado las noticias y convenida una hora para empezar a caminar de vuelta a los autos, regresé a la carpa y me encontré a la flaca durmiendo una colorida siesta.

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No pasó tanto rato hasta que desarmamos comenzamos a bajar; después de todo, convenía hacerlo con tiempo pues no usaríamos de bajada la misma ruta que al subir.

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Con la más pequeña de las dos torres de roca que componen el cordón del cerro La Cuchilla, los navegantes definían la senda a seguir.

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Al cabo de un par de horas más bajando, habíamos regresado al camino vehicular y se terminaba la caminata. Ahora empezaba el jeepeo de vuelta. Esto porque mientras bajábamos nuevamente cayeron unas cuantas gotas y eran más de las 6 de la tarde, lo que significaba que todos los esteros que atravesaba el camino venían más cargados producto de los deshielos del día. Secciones donde el día anterior habíamos pasado sin preocupación, ahora estaban cambiadas por un torrente que a ratos parecía llegar a la rodilla.

Pero después de cálculos, sondeos y conducción planificada, cruzamos los esteros sin pormenores y volvimos a pasar por el lugar donde confluyendo los ríos Blanco y Paredones, el gran caudal pasa a denominarse río Pangal. Hacia el este, una mirada al cajón del Paredones:

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Como ya el tiempo no era tan importante, nos detuvimos a fotografiar una notable obra de la ingeniería criolla: un acueducto de madera.

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Y una vez que dejamos atrás 'los caracoles', como se le denominaba a una cuesta que encontramos en el camino, la Cristi nos recomendó bajar de los autos e ir a ver una cascada oculta a un lado del camino.

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Nos reportamos todos sanos de regreso en el retén de Carabineros y recuperamos las cédulas de identidad que nos habían retenido el día anterior.

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A Rancagua regresamos ya de noche, después de dejar a David y Pampa en la estación del tren y después volvimos a pasar por la casa de la Cristi, en el predio donde se encontraban estos enormes silos.

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Ahí compartimos una vez más la hospitalidad de sus papás, nos despedimos de ella y su familia y emprendimos el regreso a Santiago. Volvía sin cumbre, pero ansioso por ver las fotos y encantado de ese descubrimiento cordillerano que fue el valle del Pangal. ¿Quién podría adivinar en qué momento o a cuál cerro volveremos en el futuro? Sólo el tiempo lo dirá.

~ Info para el CAU
Cerro: La Cuchilla (3.267 MSNM)
Sector: Cajón de Reyes; Valle del Pangal
Integrantes: Juan Francisco Bustos, Cristina Ferrer, Nicolás Fuentealba, Loreto Henríquez, Emil Namur, Pablo Senosiain, David Valdes

Tuesday, January 12, 2010

Santa Elena: Primera cumbre del 2010

Fue en algún momento del 2009 que a los meses comenzaron a faltarles fines de semana. Por mi parte, comenzaron a faltarme las palabras, la determinación, o tal vez sólo fue un cambio de lenguaje, un cambio de enfoque. El blog quedó en silencio. Los artículos sin terminar y las fotos sin publicar se fueron acumulando en el disco duro y la carpeta del blog fue adquiriendo un tamaño completamente desproporcionado al de su supuesto resultado. Después de esos meses viviendo más acá de la hoja en blanco, a medida que se cerraba el 2009, el proyecto de ascender el Tupungato fue tomando forma y así sucedió que llegó el fin de semana de la primera salida que haríamos para prepararlo.

¿Dónde partimos? Al cerro Santa Elena (4.600 MSNM), inmediatamente al sur del paso fronterizo Los Libertadores, al este de Los Andes. La idea era aprovechar de dormir en altura y subir un cerro para hacer algo de ejercicio, todo matizado con una cierta cuota de relajo que se adivinaba ya desde que nos juntamos el sábado al mediodía y no temprano por la mañana, como de costumbre. Después de una ágil reestructuración logística, partimos la Lore, Emil y Cucho, el Negro y yo, todos juntos en la camioneta del Negro rumbo al norte, buscando ganarle tiempo a los clásicos banderilleros que hay entre los Andes y Portillo.

A punta de cumbia y reggeaton fueron quedando atrás los cajones tributarios del río Aconcagua (Juncal, Colorado o cuál sea el nombre que prefieran darle), hasta que llegamos al complejo fronterizo. Para aprovechar la espera en medio de los trámites aduanero-policiales, almorzamos pollo con papas fritas cortesía del Negro. Superada la burocracia, nos adentramos en dirección a la frontera, y con una inmejorable vista al Juncal ascendimos hacia el Cristo Redentor.

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Cuando llegamos al portezuelo, el sinnúmero de visitantes con poleras del fútbol argentino daban la impresión de que hubiéramos llegado a un lugar turístico exclusivamente argentino. Pero no, también habían chilenos. Ahí nos esperaban la Clau, Tatán y el Rorro.

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Vinieron los saludos, fotos, comentarios de rigor a propósito del viento atroz que soplaba en todas direcciones y para entrar en calor nos pusimos en marcha al lugar de campamento.

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El de la bicicleta es el Negro. La subió hasta el paso en el pick-up de la camioneta y luego la llevó consigo, entre acarreos, neveros y penitentes, hasta el campamento mismo. Esta moda de subir bicicletas al cerro parece ir ganando cada vez más adeptos.

Verificamos la altura a la que estábamos, la ruta del cerro y hacia el este encontramos rocas para proteger las carpas del viento. Ahí armamos el campamento.

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Al fondo, en la luz del atardecer, el cerro Tolosa y el inconfundible Glaciar del Hombre Cojo.

Después de armar la carpa y dormir una corta siesta, revisamos la hora y advertimos algo preocupados que la Clau con Tatán y el Rorro aún no llegaban. Un minuto más tarde, llegaron los alegres caminantes. Tatán a emparejar el piso para poner la carpa; la Clau a buscar un tacho para convidarle sopa a un entumido Rorro, y un friolento Rorro sintiendo los embates de estar por primera vez sobre los 4000 MSNM.

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Sin esteros cerca del campamento y con poco viento soplando, lo único que se escuchaba además de nuestras propias voces era el murmullo del anafre calentando agua para tomar sopa. Y al oeste, en el horizonte, el atardecer se despedía de un día de relajada caminata con una solitaria estrella en lo alto.

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Conversando y tomando sopa y te, con la Lore terminamos por apagar las frontales poco antes de las once, con el total relajo que produce saber que al día siguiente partiríamos a las siete (pues no hay cosa que me reviente más que esas salidas a cumbre a las 2 o 3 de la mañana).

A las seis, el termómetro indicaba -1,6°C dentro de la carpa. El cielo estaba completamente despejado.

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A tono con el relajo de la salida, dejamos el campamento a las 7:20 y partimos hacia un campo de penitentes que se encaramaban cerro arriba, en dirección al flanco oeste del Santa Elena. Tras una hora subiendo hacia el sur, avanzamos por una huella marcada en la ladera que nos dejó sobre un pequeño promontorio sin más camino al frente. A la izquierda, una suerte de huella se encaramaba a través de un laberinto de rocas y arena suelta. Seguimos gateando cerro arriba por esa ruta, esperando la parte en que el cerro volviera a ponerse chalero. Pero no pasó. De hecho un par de partes cobraron su cuota de concentración y apretuje de dientes, no mirar para abajo ni para el lado equivocado y subir no más. La bajada se ve a la bajada...

Transcurrió así la mayor parte del ascenso, hasta que volvimos a salir a un acarreo de unos 45° y tras 10 o 15 minutos de ello, comenzamos a ver lo que había del otro lado. Habíamos llegados a la cumbre después de casi tres horas.

Ahí estaba el hito fronterizo, rodeado de botellas, fierros, recuerdos varios y su respectivo libro de cumbre.

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Pocos minutos después llegó un contingente de 10 soldados argentinos muy buenos para conversar, que se estaban preparando para subir el Aconcagua. Con la gentileza de ellos, nos tomamos la foto de cumbre:

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Hacia el lado argentino del cerro, se desprende un solitario torreón que invita a sentir vértigo y, más al este, el valle se abre kilómetro a kilómetro hacia Mendoza.

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Al nor-noroeste, la cordillera se extiende permitiendo apreciar cumbres como el Bastión, Parva del Inca, Tres Hermanos y, como no, la estribación sur del Aconcagua (extremo derecho de la panorámica).

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Directamente al norte, varios cientos de metros más abajo, el portezuelo fronterizo, con los refugios y el Cristo Redentor. Al centro y arriba, la inconfundible cumbre del Parva del Inca.

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Tras casi cuarenta minutos arriba, fotos, conversación, asombro y descanso, vino lo bueno. Ahora nos tocaba bajar.

La parte de acarreo la bajamos rápido y relajados, hasta que llegamos al lugar donde subimos gateando. Ahí esperamos que subiera un grupo de cuatro andinistas argentinos y luego empezamos a bajar lento y con cuidado, a veces sentados y a veces desescalando las partes más delicadas. Tan concentrados como a la subida que a penas tomé fotos en el descanso que hicimos en un pequeño terraplén que encontramos de bajada. Al fondo de la foto, el mítico Alto de los Leones:

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Una vez fuera del flanco oeste del Santa Elena, retomamos la huella, bajando por los acarreos y penitentes metiéndole chala hasta el campamento. Ahí pudimos imaginar la ruta hacia la cumbre entre las rocas, como si miráramos una radiografía del cerro (imagínenla pasando a través de la zona superior de las rocas, en la foto, a la derecha de la cumbre).

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De vuelta en el campamento, vino un descanso con duraznos en conserva y Coca-Cola mientras desarmábamos las carpas y volvíamos a armar las mochilas.

Tatán con la Clau, se habían quedado cuidando a un semi-apunado Rorro y no subieron con nosotros. Sabiamente, habían partido por adelantado para poder ganar tiempo. El Rorro, todo un caballero, no quiso marcharse sin antes dejar la respectiva nota explicativa:

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Listos para partir, comenzamos la caminata de regreso.

Poco antes de llegar al Cristo, me quedé atrás para realizar una "parada técnica" cuando repentinamente advertí una extraña chatarra andina. Este fue el resultado:

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Un par de minutos más caminando y ya estábamos de vuelta en el Cristo.

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Ordenamos la mochilas en el pick-up de la camioneta y tomamos las últimas fotos del paso.

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Con todo ordenado y en orden, Negro pasó las llaves de la camioneta para que Emil bajara manejando y él poder hacer el descenso en bicicleta. Así llegó hasta la Aduana.

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Al borde del camino, cerca del túnel, tuvimos que esperar el turno de pasar en medio de las construcciones para el mejoramiento de las instalaciones.

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Pronto estábamos de vuelta en el complejo fronterizo, recuperando nuestros documentos retenidos por la policía, mientras un montañista en desarrollo esperaba muy sereno a que los más grandes se ocuparan de los trámites:

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Y otros andinistas avisaban a Santiago que estábamos bien e íbamos de regreso.

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Claro, íbamos de regreso a casa, a la hora precisa para disfrutar la fresca tarde santiaguina. A la hora precisa para volver a disfrutar de estos gustos sencillos y naturales.

~ Info para el CAU
Cerro: Santa Elena (4.606 MSNM)
Sector: Portillo
Integrantes: Rodrigo Echeverría; Sebastián Fernández; Nicolás Fuentealba; Claudia Guzmán; Loreto Henríquez; Rodrigo Jeldres; Cristián Morales; Emil Namur