Monday, August 11, 2008

Tercera vez en el Provincia: Segunda vez en la cumbre

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Dicen que no hay primera sin segunda. También, que entre ponerle y no ponerle, mejor ponerle. Al parecer fue así como sucedió tres días después de haber subido con Andy. Y aunque originalmente eramos cinco los que subiríamos aquel miércoles 16 de julio, ocurrió que acabamos siendo sólo dos: Mauricio y yo.

Gracias a la enorme amabilidad de 'Dora, llegamos bien temprano al puente Ñilhue. La mañana estaba fresca y me sorprendí cuando adiviné que el sol aún no terminaba de trepar el lado argentino de la cordillera. Después de todo, no eran más que las 8:05 y las columnas de bruma elevándose lentamente en las laderas asemejaban
madrugadores bostezos de la tierra.

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Empezamos a subir rápidamente para entrar en calor y esta vez no sentí el cansancio de la subida anterior. La temperatura del amanecer se fue haciendo cada vez más agradable, según avanzábamos más y más.
La bruma repartida en varios bancos que se deslizaban por las distintas laderas había ido cediendo con el paso de los minutos. Así, cuando alcanzamos el primer mirador, estaba claro que pronto el sol se encargaría de erradicar las últimas capas de vapor.

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Según subíamos loma a loma rumbo al Alto, nos deteníamos en los distintos miradores y
mientras Mauricio fotografiaba el entorno, en la falda nor-oriente del Manquehue la baja nubosidad se resistía a ceder ante la luz y el calor del sol.

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Hacia el norte, el sendero por el que veníamos subiendo:

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Veinte minutos más tarde nos quedaba la última, larga y empinada loma detrás de la cual se oculta el Alto del Naranjo. Desde ahí, al fondo se alcanzan a ver Los Trapenses y la Dehesa, donde ya las nubes se habían retirado del todo, y más cerca, la fila de torres de alta tensión que corren paralelas al camino a farellones.

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Y abajo, casi atravesada por el tendido eléctrico, una gran poza, un tranque ni muy grande ni muy chico, sólo una masa de agua significativa en proporción al entorno y que según su capricho y sedimentos, refleja el color del cielo, ese cielo que no es azul, ni es cielo...


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¿Para qué está ahí? ¿A quién se le ocurrió construirla? ¿Por qué se la oculta así entre los faldeos? ¿Llega hasta ahí la canaleta por la que atraviesa el camino? ¿Está relacionada con las instalaciones de Aguas XX al principio del camino a farellones? Cada vez que veo esa acumulación de agua en el camino, me hago en silencio las preguntas del caso y luego sigo ascendiendo, simulando no necesitar las respuestas, convenciéndome interiormente de que no hacen ninguna diferencia... ¿cuántas preguntas más quedan día a día en el tintero mental revoloteando silenciosamente ahí donde la luz de la conciencia no llega?

Sea del modo que sea, llegamos al Alto y la vista a la capital era de lo más extraña. Un apretado y bajo manto de nubes cubría casi todo Santiago. Aproximadamente desde Vespucio al oriente estaba despejado, pero hacia la costa no se adivinaban más que nubes.

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La delgada torre color cobre, el hotel Marriott, recibía el sol de lleno, pero algunos cuantos metros más al poniente ya se advertía la bruma engullendo las calles y edificios. Es extraño pensar que en un día tibio y despejado en los faldeos de la montaña, a tan pocos kilómetros de estadios, colegios, hospitales y oficinas públicas, peluquerías, supermercados, cines, farmacias, cafeterías y casas de reposo, la mayor parte de esos establecimientos estában sumidos en el más griz de los días. Diseñadores, zapateros, terapeutas, strippers, jueces, estudiantes, ministros, homicidas y electricistas viviendo sus vidas dentro del entramado urbano, bajo el cielo tan cubierto y, sin embargo, prísitnamente despejado a tan pocos kilómetros de distancia.

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Sin detenernos más tiempo del necesario, seguimos adentrándonos por el sendero y cerca del final de la quebrada volvimos a encontrarnos con un sujeto con el que conversamos de pasada mientras íbamos camino al Naranjo. Un año atrás, contaba él, subía casi todos los fines de semana y lo hacía con la velocidad suficiente para hacer cumbre, volver a casa y aún tener horas de la tarde disponibles. Trabajo, reuniones, informes, trabajo, escritorio, montañas a través de la ventana, más trabajo, llamados telefónicos, etc. Ese día subía despacio, sudando profusamente y confesando el disgusto de sentir cómo el sedentarismo le había pasado la cuenta. Acompañado de la música que salía del celular que llevaba en algún bolsillo cerca del pecho, subía pacientemente "hasta donde pueda llegar" nos decía. A propósito del celular empezamos a conversarle de música mientras le acompañábamos un rato en el ascenso y salió un nutrido menú musical que le llevaba Phil Collins, Michael Jackson, un cameo a John Coltrane y Miles Davis, y Peter Gabriel de plato de fondo.

En fin, no pasaron ni cinco minutos y seguimos subiendo sólo los dos mientras atrás quedaba el momentaneo compañero de cordada. Llegados al filo que conduce hacia la cumbre, me volteé para ver por donde podría venir el susodicho y esto fue lo que vi:

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A medida que seguimos subiendo vi que se quedó descansando
en la pequeña meseta al final de la quebrada, a ratos de pie contemplando la ciudad, a ratos de espalda en el suelo disfrutando el sol. Poco rato después empezamos a encontrar los primeros restos de nieve, a veces ocultos a la sombra de una roca, a veces expuestos a pleno sol, pero todos por la cara sur de la ladera. El sol de los días anteriores había derretido gran parte de la nieve que tres días atrás abundaba, sin embargo, la que iba quedando ahora estaba más dura y en ocasiones se encontraban pequeñas puntas de hielo derritiéndose léntamente:

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Preocupado como andaba por el tiempo -para no repetir el descenso nocturno de algunos días atrás-, noté que al ritmo que íbamos era perfectamente posible intentar alcanzar la cumbre. Aunque originalmente no habíamos pretendido hacer el cerro completo, le expliqué a Mauricio el umbral de oportunidad que teníamos y en atención a las circunstancias, acordamos seguir adelante e intentarlo hasta donde el tiempo nos permitiera.
En buen chileno, le metimos chala.

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El avance por la pasada de rocas podía hacerse con un poco más de agilidad, ya que esta pasada discurre principalmente por la cara norte, la más expuesta al sol. La sur, por el contrario, sólo acumulaba nieve:

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Llegados a cierto punto, opté por guardar los bastones de trekking ya que me estaban estorbando más de lo que me ayudaban. Aquí fue donde nos detuvimos:

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Me saqué la mochila para colgarlos de ella y entremedio llegaron dos mujeres que venían desde la cumbre, avisando que arriba habían como quince personas, que ocasionalmente pasaban cóndores y que convenía abrigarse porque corría harto viento.

Luego de la conversación retomamos la senda, subiendo de hito en hito muy entusiasmados por el tiempo que llevábamos y el pronto prospecto de la cumbre. Mientras yo buscaba mi cámara para tomar una foto del último hito antes de la antecumbre, Mauricio aprovechó de fotografiar las lomas nevadas descendiendo hacia el sur:

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© Mauricio Freire. Procesado por NAFS en Gimp.

Y yo seguía buscando mi cámara. Tanteaba el cinturón de la mochila y nada. No estaba ahí...

¡CRESTA! ¡Todo mal!

A sólo cinco ratones minutos de distancia de la antecumbre yo me mandaba semejante numerito. Pero ahí recordé dónde tenía que estar el condenado estuche con la cámara: diez o quince minutos más abajo, sobre el promontorio de roca en el que me había sacado la mochila para guardar los bastones. Le dije a Mauricio que continuara hasta la cumbre porque relamente estábamos al lado de ella y ¿cómo iba a dejar de hacer cumbre por mi propia tontera? Le sugerí que me esperara en la cumbre hasta X hora, transcurrida la cual él debía bajar sí o sí y luego continuaríamos el descenso juntos desde nos encontráramos.

Un par de simpáticos tipos venían bajando desde la cumbre cuando nos separamos con Mauricio y se ofrecieron a ayudarme a buscar la cámara. Empecé a bajar en busca de ella mientras internamente reputeaba mi inepto descuido y rogaba por que, en efecto, estuviera en el único lugar donde razonablemente se me ocurría que pudiera haberla extraviado. En menos de cinco minutos estuve ahí ¿y la cámara?

Exactamente donde presumía que debía estar. Uffffff. Una brisa fresca de alivio me recorrió las partes pudendas. ¡Qué tranquilidad! Agradecido también de la buena voluntad de los sujetos que me ofrecieron ayuda, le convidé el único Ibuprofeno que llevaba conmigo a uno de ellos, que estaba con una pierna medio adolorida (supongo que es la clase de regalos que se hacen en el código de los
espontáneos encuentros montañeros).

Y entre diálogos, risas de alivio, chistes y demases, poco a poco se aproximaba un grupo de cerca de cinco personas. Los dos tipos que primero me acompañaron siguieron descendiendo y yo estaba por retomar la subida cuando la cordada que venía de más arriba me dió alcance. Ahí les hice la pregunta de rigor:
- ¿Alguno de ustedes es de Tricúspide? ¿Sergio?
- Eh sí, yo -dijo uno de ellos- ¿Nico?
- ¡Sí!
Sergio era uno de los miembros del grupo que originalmente ibamos a subir ese día sin mayores pretensiones montañeras y que finalmente fue con aquella otra cordada para poder hacer cumbre. El hermano de otro forero, Carlo, tomó algunas fotos del encuentro, mientras conversábamos animadamente y luego cada uno siguió su camino.

Mauricio, en el intertanto, hacía ya un buen rato que había alcanzado la antecumbre y recorría el camino que lleva a la cumbre:

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© Mauricio Freire. Procesado por NAFS en Gimp.

Apuré el ritmo de mi ascenso, seguí de largo del lugar en el que noté haber perdido la cámara y en poco tiempo llegué a la antecumbre. Agité los brazos para que Mauricio me viera a lo lejos, en la cumbre. Un poco cansado de bajar y volver a subir con la velocidad que da la presión del tiempo y del deseo de querer llegar al objetivo, me tiré en la nieve detrás de la antecumbre y vi lo que me pareció que podía ser una bonita foto:

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Una ola de nieve esculpida por el sol y el viento. Más relajado, continué caminando hacia la cumbre y noté que alguien había dado rienda suelta a su yo-escultor:

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Reencontrados en la cumbre, Mauricio se encargó de tomarnos la foto de rigor:

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© Mauricio Freire. Procesado por NAFS en Gimp.

Contentos de haber logrado el objetivo que originalmente no pretendíamos alcanzar, nos resolvimos a bajar hasta el refugio que hay detrás de la cumbre para conversar y comer algo a resguardo del viento.

Repentinamente media hora había volado ante nosotros y era imperativo disponernos a bajar. Tomamos nuestras cosas, nos preocupamos de que el refugio quedara limpio como lo encontramos, pedí foto del suscrito al costado del refugio con el Cordón del Quempo al fondo...

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...y remontamos hacia la cumbre para poder iniciar el descenso.

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"¿Son personas allá arriba?" me pregunté. No era fácil determinarlo con el sol y el resplandor de la nieve.

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En efecto, lo eran. Se trataba de una cordada de tres, integrada por dos chicos próximos a nosotros en edad y un hombre mayor que ellos, de inconfundible acento español. Se llamaba Adolfo y cuando vio los cerros en Chile, le entusiasmó la idea de subir y ahí estaba: a 2.750 metros de altura disfrutando sus vacaciones en este lado del mundo. ¡Ese es el espíritu!

Acordamos bajar juntos y tuvimos que ponerle mucha velocidad al descenso, en ocasiones corriendo, para poder ganar tiempo.

Dos horas más tarde, estábamos de regreso en el Alto del Naranjo. Descansamos algunos minutos para poder hidratarnos y recuperar el aliento y luego continuamos el descenso un poco más relajados. Llegados a la canaleta, los chicos bajaron a rellenar sus botellas de agua y Adolfo aprovechó de remojar sus piés. Algo nervioso, yo miraba la hora y colgaba mi botella de agua a un costado del cinturon para llevarla más a mano. La boca se me suele secar en el frenesí de la bajada. También dejé a mano mi linterna frontal e intentaba repasar mentalmente la sucesión de hitos para no perder la huella, como nos había ocurrido la vez anterior.

Así nos veíamos durante el descenso:

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© Mauricio Freire. Procesado por NAFS en Gimp.

Pasado el acarreo de Vallecito, con Adolfo empezamos a tomar la delantera en busca de los hitos, que por perspectiva, quedan ocultos detrás de rocas, árboles y arbustos. Poco después de las seis de la tarde, habíamos alcanzado ya el primer mirador y algunos minutos después estábamos llegando a la empalizada, a un costado de la torre de alta tensión, donde con Andy habíamos llegado durante la noche descendiendo el cerro en línea recta. Llegar ahí con luz natural, aunque fuera lo último de luz que restaba fue casi como llegar a casa. Reunidos los cinco, continuamos descendiendo alegremente hasta el puente, linternas encendidas, para no hechar de menos la luz.

Seis y media nos repartimos abrazos de despedida al costado del puente y cada cordada emprendió su camino a casa o a donde sea que la mente viaje después de un descenso alegre y nervioso. Lo habíamos logrado, después de una larga jornada. Estaba yo entonces listo para partir al sur.

Luego vendría el sur, y al regresar, el Thelonious, el cerro Carpa y el Provincia una vez más. Y, mientras tanto, así marcha la vida, metro a metro, nota a nota; salen las palabras, fotos y pensamientos; los recuerdos y el pasado reciclándose en el transformador
universal de energía.

* Agradecimientos: a mi cordada Mauricio Freire, que le puso todo el pino para hacer cumbre a la primera ¡felicitaciones! También para quienes me han hecho llegar sus opiniones y apoyo, ya sea por mail o en los comentarios, a ustedes, muchas gracias. Y si tú, lector, estás leyendo esto después de haber leído todo el post, gracias por darte el tiempo de hacerlo ¡deja un comentario! Si te gustó reenvía el link del sitio a tus amigos y sino, vuelve en una o dos semanas cuanda salga un nuevo artículo. Gracias, gracias y gracias. N.

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