Saturday, July 26, 2008

Del Cerro Provincia y la Huella Perdida al Anochecer

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Hace una semana atrás había ido a conocer el cerro Provincia y tuve la suerte de hacer lazos con dos conocedores del cerro que resultaron ser muy buenos amigos. Quería saber qué esperar, a qué adecuarme para hacer cumbre al siguiente intento. Y entre partidas de póker y despedidas y festejos varios, resultó coordinarnos con Andy para ir por el cerro aquel domingo 13 de julio.

Preparaba los sandwiches de palta y arrollado huaso cuando Andy llegó a recogerme y a las 8:30 bajábamos ya de la camioneta en el puente Ñilhue, algunos metros al interior del Km. 5 del camino a farellones. Aquí va una perspectiva general del cerro, con los hitos más relevantes: puente Ñilhue, primer mirador, Alto del Naranjo, la quebrada que lleva al filo cumbrero, pasada de rocas y cumbre:

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Cruzamos el arco bajo el muro de piedras que marca el inicio del sendero deteniéndonos poco y aprovechando de seguir a la gente que ya desde esa hora subía delante de nosotros revelando la dirección de la huella. Supuse que las pocas horas de sueño fueron las culpables del molesto agotamiento que a ratos sentía mientras paso a paso nos acercábamos al primer descanso: el mirador sobre el filo que conduce hasta el Alto del Naranjo:


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Cerca del pie de la foto, la bifurcación de caminos muestra el lugar donde llegaríamos de regreso con Andy durante la noche, pero no me adelantaré más sobre el tema.
En el mirador desde donde está tomada la foto me decidí a preguntarle al sujeto en tenida de combate que iba delante de nosotros si acaso él era Jorge Baldrich, uno de los asiduos foreros de Tricúspide. Y resultó que, en efecto, era el mismísimo Jbaldrich, bombero y montañista que venía a pasar un día de montaña junto a una extensa y simpática cordada conformada por gente del
Club Malayos.

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Luego de los abrazos y saludos de rigor, seguimos subiendo junto a Jorge y los Malayos conversando animadamente de la actividad bomberil, sueños y aventuras motociclísticas y hazañas y añoranzas de montaña. La conversación continuó a lo largo de la subida, deteniéndonos brevemente frente al acarreo cerca de Vallecito para conversar con otros Malayos y tomar algunas fotos de lo que parecía ser una ciudad debajo de la densa capa de smog.

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Terminamos por separarnos en la canaleta a medio camino del ascenso al Alto, cuando Jorge bajó a cuidar de los suyos mientras que con Andy preferimos seguir subiendo para ganarle tiempo al cerro.

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La preocupación del Andy revela que aún nos quedaba una buena porción de filo que remontar antes de alcanzar el Alto del Naranjo.

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Cuando llegamos a él, hacia Santiago se adivinaba lo que es común al día siguiente de una buena lluvia:

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Después de tomar agua, sacar fotos y embelezarnos con la cuenca santiaguina momentáneamente libre de smog, continuamos camino arriba. Desde el Alto del Naranjo y hasta la quebrada que concluye en el filo que lleva a la cumbre, el camino es bastante fácil ya que no tiene mucha pendiente y ofrece una vista muy buena hacia San Carlos de Apoquindo.

A medio camino nos encontramos nuevamente con los Malayos en el
Portezuelo Suizo, donde compartían alegremente café, galletas y buena conversación. Luego de tomarles la correspondiente foto grupal continuamos avanzando por el camino que desde aquel punto es relativamente plano hasta la quebrada que conduce al filo cumbrero.

Empezando a subir por la quebrada, volvimos la vista al norte un momento para tener una referencia de la altura a la que nos encontrábamos. Un pequeño montículo coronado con tres rocas parecía una pequeña y a la vez magna ofrenda dejada por alguna inmensa voluntad para rendir honores a los espíritus del Plomo y sus aledañas alturas:

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A medida que avanzábamos, el cielo sobre nosotros se iba nublando y bajo él advertíamos manchones de nieve esporádicos repartidos aquí y allá, a la sombra de arbustos y rocas. Más adelante, en la cara norte del filo y en la antecumbre, la nieve presagiaba un ascenso frío y entretenido:

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Y mientras en el cielo sur-oriente las nubes se cerraban, buena parte de Santiago gozaba de uno de esos días en los que desde cada esquina la ciudad se ve remozada y fresca, y los cerros y cordilleras se ven, se dejan ver ya no como los dibujos indecifrables del día a día, sino que como moles reales y orgánicas, como monumentales tratados de geología y azar. Cuando en días así se está abajo en la ciudad, al mirar fijamente hacia la cordillera y dejarse llevar, pareciera que el aire transmite una fina vibración que por breves segundos remece todo el interior.

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Tras media de hora de caminata ya habíamos alcanzado el filo que lleva a la cumbre y en esta parte la ruta gira a la izquierda, ascendiendo hacia el oriente en un serpenteo que alterna entre las laderas norte y sur.

Cuando el día anterior llovía en Santiago, al mirar al Provincia se veía una densa bruma de lentos tentáculos plateados que recorrían toda la zona circundante a la cumbre. La desatada nevazón era evidente y el domingo la notamos en los regulares manchones de nieve que llegaban hasta muy abajo y se repartían como pequeñas islas blancas sobre un enorme océano de rocas, vegetación invernal y barro.

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Mirando al nor-oriente, una extraña formación entre las apretadas nubes iluminaba la Sierra Morada, entre los valles del estero Yerba Loca y el que conduce a la mina La Disputada.

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A ratos apuraba el ritmo de mi marcha para verificar que continuábamos dentro de los márgenes de la ruta y así evitar el esfuerzo innecesario de subir por donde no correspondía. Para esto, en el cerro se han dispuesto hitos que en ocasiones consisten en un tronco de aproximadamente un metro de alto, erigido verticalmente y con una franja de color atravesándolo cerca del extremo superior. Otras veces, consisten en uno o dos círculos concéntricos de color blanco rayados sobre una roca y que se ven así:

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Más al este, arriba, nos acercábamos al sector más lento del ascenso y detrás del cual la antecumbre y la cumbre quedan momentáneamente ocultas a la vista: la pasada de rocas. En este punto del ascenso, la temperatura del viento ha descendido ya de un modo notorio (¿será resultado del viento enfriado en los glaciares de los cordones y sierras del norte?) y la huella empieza a discurrir en línea recta por los bancos de nieve o entre las rocas.

Si en un momento la pendiente es suave, a continuación se empina más abruptamente, como si la voluntad del Provincia fuera la de no dar respiro en esta última sección que se nos avecinaba.

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Media hora más tarde ya estábamos ahí. Hacia el sur poniente, un cielo absolutamente despejado, mientras en el cerro la nieve se acumulaba en los riscos esperando pacientemente la llegada de la primavera para seguir horadando las quebradas en torno a las que, más abajo, se emplaza la comuna de La Reina y, más al sur, Peñalolén.

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Mirando hacia el lado norte, la distancia y altura quedan en evidencia con un par de puntos de referencia en el tercio derecho de la fotografía: un pequeño, pero grueso punto oscuro sobre una loma ligeramente inclinada es el quillay del Alto del Naranjo, mientrás que en la montaña de un poco más atrás, atravesando la zona por donde pasa el camino a farellones, se distingue la cima del Pochoco (1.804 MSNM).

Quillay del Altos del Naranjo,Cumbre Pochoco - 1804 MSNM

En el fondo, esto de la pasada de rocas se trata de un lento subir, bajar, o esquivar promontorios de roca y nieve de magnitud variable. A pesar de que no es una zona en la que uno pueda apurarse mucho, es definitivamente la parte más entretenida de todo el ascenso. La foto siguiente creo que es la que mejor refleja el espíritu de la pasada de rocas:

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Andy bajando de un roquerío parcialmente cubierto en nieve. Detrás de él, las huellas que delatan el hecho de haber cruzado el montículo por encima.

Repentinamente, las rocas parecen abrirse como dándole permiso a quien va subiendo y frente a uno está la huella de pisadas internándose por un claro de nieve muy pareja y suavemente hundido en el medio, detrás del cual se oculta la antecumbre:

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Olvidando el cansancio y el frío del viento que sopla junto a uno cerro arriba, con cada paso empiezan a asomar por el frente, farellones y el Plomo a la izquierda y el San Ramón por la derecha. El hito, flanqueado por manchones de tierra desnuda, marca la antecumbre y desde él, unos cuantos metros hacia el oriente, se ve la cumbre.

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© Andrés Gastelo M. Procesado por NAFS en Gimp.

Mirando desde el hito hacia el poniente, con Santiago a su espalda, Andy pacientemente se acerca cámara en mano, dejando tras de sí la cansadora pasada de rocas.
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¿Y ahora? ¡Carrera hasta la cumbre!
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© Andrés Gastelo M. Procesado por NAFS en Gimp.

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Caminando contentos rumbo a la cumbre, en el cielo un cóndor
salía a recibirnos.
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© Andrés Gastelo M. Procesado por NAFS en Gimp.

A las 14:50, después de algo menos de seis horas y media de ascenso hicimos cumbre:
Andy
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© Andrés Gastelo M. Procesado por NAFS en Gimp.
y quien suscribe el relato
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Bajamos luego algunos metros por la cara este de la cumbre, deslumbrados con la vista de aquello que don Luis Lliboutry denominó en su carta de nieves y glaciares de 1956 como "Potrero Grande", el vasto y accidentado paisaje que se oculta al otro lado de la sierra de San Ramón:
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El cordón montañoso parcialmente iluminado al fondo es lo que se conoce como el "Cordón del Quempo" y constituye la pared occidental del cajón del río Olivares, un valle que se extiende en forma relativamente recta por más de 27 kms. en sentido norte-sur y que, con algo de preparación, estaré recorriendo dentro de algunos meses más.

Detrás de la cumbre y de cara a ese paisaje invernal, compartimos sandwiches de palta con arrollado huaso, un tarro de jurel, Zuko Go y el mejor snack de cerro: su tonto MilkyWay.
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¿Y cómo se ve la cumbre desde ese lado?
Así:
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Al fondo, en el lado izquierdo, el montículo nevado con un punto oscuro es el hito de la antecumbre.
Y con Santiago de fondo, la cara oriente de la cumbre luce de este modo:
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Almorzados ya y algo entumidos con los frescos 4°C de la cumbre, nos dispusimos a bajar ya plenamente entrada la tarde santiaguina.
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Según íbamos bajando, sobre nosotros el cielo lentamente se despejaba. Los minutos pasaban rápidamente y el filo que lleva a la cumbre parecía no terminar nunca. Detrás nuestro quedaba la pasada de rocas. La nieve, antes repartida en largas franjas, ahora se replegaba en manchones cada vez más disgregados e irregulares.

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Eran más de las cinco cuando llegamos a la quebrada que sube hasta el filo. Desde ahí, mirando al norte, la bruma avanzaba inexorablemente por el camino a farellones y en el Cordón de los Españoles los rayos del sol parecían sacar brillo a las cumbres nevadas.
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Detalle de la foto anterior, con el cerro Carpa (2.753 MSNM), en el extremo sur del cordón.
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Llegamos al Alto del Naranjo alrededor de las seis. La cordillera ardía en los cálidos
tonos del atardecer invernal y la luz de día se despidió de nosotros con una hermosa toma del Plomo.
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Conversamos un momento con otro miembro de Tricúpide que acampaba ahí con un amigo en preparación para subir el San Ramón al día siguiente. Después de tomar agua y ponernos las linternas frontales, continuamos cerro abajo, para lo que sería el tramo más largo y cansador de la jornada.

Bajo el despejado cielo nocturno con luna llena, seguimos unos cuantos hitos más abajo de la canaleta donde nos separamos de JBaldrich. En algún punto giramos a la izquierda, al poniente, antes de tiempo y erramos la ruta. Ahí fue cuando todo comenzó a transcurrir lento. Muy lento. Dándonos cuenta de que habíamos perdido la huella y de que no hacía mucho sentido volver atrás en busca de ella seguimos a campo traviesa por la ladera cerro abajo, entre chaguales, cactus y arbustos. Gracias al alcance de las linternas vimos más abajo, a cierta distancia, la torre de alta tensión a cuyo costado se encuentra la empalizada por la que atraviesa la ruta. Alcanzado ese punto, después de un lento descenso, el regreso al puente Ñilhue fue un sencillo paseo nocturno junto al río.

Completamente relajados ya después de una dura y larga jornada, pasamos a la bomba Terpel donde empieza el camino a farellones. Nos sentamos a tomar Powerade y comernos unos Twix haciendo planes de futuras salidas y tocatas familiares, contentos del largo día, de los resultados y de la compañía.

Dos días más tarde, yo volvería a subir el Provincia. Pero ese ya es otro cuento. Hasta entonces, mi amigable lector, paz y felices salidas.

* Agradecimientos: en primer y especial lugar a mi cordada, Andy Gastelo, excelente rendimiento y ánimo a prueba de todo (literalmente); Daniel (Sasgón en Tricúspide) quien me dió el contacto para autorizar los links a la foto y web de Los Malayos; Hernán Cáceres dueño de la foto grupal de Los Malayos; Jorge Baldrich por la amigable compañía y conversación durante el ascenso (¿Cuándo me convidas a la bomba, Jorge?); y Paul Blackburn por sus consejos y opiniones y la autorización del link a su sitio.